jueves, 11 de agosto de 2011

Reflexiones...

Los "españoles" (tal noción no existía en el momento) llegaron al continente americano buscando nuevas rutas para comerciar con las Indias. Descubrieron y conquistaron primero, y colonizaron después, tierras, territorios, culturas y riquezas que en un primer momento, les hicieron pensar en estas tierras como próximas al Paraíso. A sangre, fuego, espada y cruz saquearon, explotaron e impusieron un sistema (o varios) de trabajo centralizado forzado, un idioma, y una religión monoteísta, bajo las que supervivieron sincréticamente las tradiciones que las precedían. Pero sus efectos fueron extendiéndose y complijizándose poco a poco, como en un conflicto dual donde ahora como antes y después, se seguirán disputando logros y conquistas inmediatas y posteriores.

La lengua castellana, vehículo secundario en ese proceso-tránsito de imposición, permitirá por otro lado algo impensable hasta ese momento: comunicar a una impresionante variedad de pueblos y sus lenguas vernáculas. Posibilitará no sólo lo que aquellos que la traían esperaban de ella, pero ser apropiada por los originarios y convertirse en una herramienta más para sus quehaceres, objetivos y necesidades.

Las creencias y ssistemas de trabajo autóctonos, mucho más comprometidos por la imposición de los ajenos, serán protegidos, aislados, en lo más profundo e íntimo de sus comunidades y sistemas, convertidos en refugio y sustento ante lo desconocido y no deseado. Eso permitió que lleguen y perduren hasta hoy esos sincretismos que son puente hacia esas tradiciones, desde los que podemos analizar las particularidades de cada una de las dos orillas que unen.

Hace más de 500 años, el continente americano comenzó a experimentar un proceso de desestructuración no por menos esperado menos radical. Los distintos pueblos contaban con profecías, intuiciones o revelaciones coindicentes: ya fuera Viracocha en los Andes (barbudo dios blanco que llegaría, de vuelta, por el poniente) o Quetazcoatl, los dioses volverían para inaugurar una nueva etapa. La emoción de aquel reencuentro pronto tornó terror y transformó en rebeldía y desunión que se extendió hacia los falsos dioses, y entre los pueblos.

Primero fueron los minerales, la fuerza de trabajo, las tierras, la juventud, la semilla y sus frutos. Se le exprimió la energía vital y se secó la sangre, contaminándolas. Las Reducciones servían para adoctrinar en la fe y controlar el trabajo y el impuesto de la explotación en minas, haciendas o repartimientos.

Terminado dicho expolio inicial y sentando las bases de la posterior explotación colonial, el transcurrir del tiempo fue alterando los terrenos donde el expolio continuaba. Agotadas las riquezas que se explotaban localmente, se empuja a las gentes a desplazarse y migrar buscando las cada vez más escasas oportunidades disponibles (convenientemente localizadas y gobernadas). El entorno natural se delimita, despedaza y reparte: playas privadas, plazas publicas en centros comerciales, relocalización de barrios y pueblos, urbanismo desmedido... con precios prohibitivos en los mismos lugares donde se concentran las posibilidades de superviviencia. Competencia, precariedad, deslealtad, avaricia, picaresca y pauperización son curiosos resultados de estos condicionantes. Antes quedaba al menos el territorio, su prisión, como vínculo con las propias raices. Hoy, hasta el lugar donde se nace es (de facto) y se intuye, igualmente ajeno, inalcanzable y cada vez menos reconocible.

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